Por razones de trabajo este puente fantástico lo he pasado entre Madrid y mi cabaña, donde me he instalado un par de noches. Es pequeña, y en muchas cosas bastante precaria pero situada en un prado muy bonito, con un estanque, un arroyo y muchos árboles inabrazables que ya estaban cuando yo nací y que seguirán en el mismo lugar cuando yo no esté. Me encanta la idea y me encanta mi cabaña. Con la chimenea puesta y la lluvia fuera, mientras leía o veía a Meghan y Harry quejarse en un reportaje por el que les han pagado cien millones, pensé que no podía estar en un sitio mejor, que no le cambiaría nada.
A menudo, cuando especulo con mis amigos sobre que nos toque el gordo, o que nos hagamos ricos de una u otra manera, mi cabaña de pronto desaparece y me plantan en una gran casa en Ibiza, o me la cambian por una finca con muchas hectáreas de terreno, como las de los que tienen cuentas corrientes bien surtidas. Pasa lo mismo con mi llaut, mi barca tradicional de pesca. Escasos nueve metros que se mueven a ocho nudos (MUY LENTO). Algunos amigos dicen que cuando venda muchos más libros me la cambiaré por una gran lancha con miles de caballos. No lo haré nunca. Me gusta mi llaut, aunque sea lento y pequeño, porque es especial. Lo especial es mucho más difícil de encontrar que lo caro y por eso, deberíamos valorarlo más.
Estamos condicionados por el entorno a pensar que lo caro es lo bueno.
A confundir valor con precio.
Pasa mucho. La percepción de las sardinas es peor que la de los percebes, pero lo cierto es que me gustan más las sardinas. Si fueran caras, serían el plato favorito de media España, como el chorizo o los torreznos, pero son baratas, así que decimos que huelen fuerte mientras luchamos por quitarnos el olor a centolla de las manos, frotándonos con limón y toallitas en sobre.
Una gran coleccionista de arte que conocí colgaba de sus paredes, un cuadro de Warhol junto a unas acuarelas de un pintor callejero que le encantaban. Jamás me habló de su precio, ni compró pensando en que se revalorizara su compra (cosa tremenda y habitual). Siempre compró lo que le gustó. Y no le gustaba más el Warhol porque valiera más, porque para ella no lo hacia. Costaba más dinero, pero en sus paredes valía lo mismo que las acuarelas. Como no pensaba en dinero (tenía mucho) compraba lo que le gustaba, valoraba las cosas con el ojo y el corazón, no con el cerebro y la cartera. Se enfadaba cuando le preguntaban por artistas en los que invertir. ¡Cómprese un Greco! les decía airada.
Mucha gente estaría dispuesta a convivir con un Miró, aunque les horrorizara, viéndolo cada día, solo porque (algunos) cuestan muchos euros. Lo cambiarían sin dudar por aquel cuadro que les encanta, aunque no pudieran vender ninguno de los dos.
Mientras, a veces nos perdemos lo que realmente nos gustaría…lo que, si miráramos bien, valoraríamos más…Lo especial
Y es que además, a veces…
Lo que nos gusta de verdad es barato.
De acuerdo siempre dices las palabras precisas y además bordadas!!! A mi me pasa con mi árbol de navidad ! El mío siempre natural!!! Mi árbol está todos los años adornado de mis recuerdos de viajes, de mis hijos cuando pequeños ahora de mis nietos, de un ornamento por cada año que va pasando !!! Cada año es igual y distinto para mi y mi familia !! Siempre recordando anécdotas por cada ornamento!!!! Se puede cambiar esto por todos esos nuevos adornos bellos pero sin significado para mi? Nunca !!!! No le cambiaría a mi árbol nada ni por los ornamentos más valiosos que existan!!!! Que orgullosa estoy de mi arbol!!!!
No puedo estar más de acuerdo!!!!!!
Me encantan las sardinas, mi pueblo y mi llaut!